Llega un momento en el que lo más rancio, lo más casposo y lo más trillado vuelve a ser novedoso después de años y años de ridiculización. Como los pantalones de campana, los mullets, o las gafas de doble puente; cuando a tus padres les avergüence algo de su atuendo en las fotos del álbum familiar, entonces es momento de rescatarlo como el máximo culmen de la modernidad.
Me refiero, por supuesto, a escribir una entrada de blog sobre no escribir en el blog. Eso ya no se hace, y es una lástima. Es curioso que los blogs lo petaran tantísimo en la primera década del siglo, pero luego los blogueros de renombre se pusieran un collar y una correa con el nombre de alguna publicación seria. Total, hay que producir capital, y qué mejor que este cuello para manejarlo (el chiste etimológico me ha quedado torcido, pero se queda así por razones artísticas. Mira, déjame).
Más de dos años sin actualizar el blog. La gente que haya comprado mi libro y haya visitado el blog igual me toman por mentiroso, al ver que lo de “mantiene vivo un blog” es sólo así de forma nominal: lo mantengo vivo porque no lo mato, de la misma manera en que mantengo vivo a mis vecinos sólo porque no les reviento la cabeza cada vez que se ponen a chillar como gorrinos destripados a la hora de la siesta.
All things considered, creo que he de hablar por aquí de un proyecto con el que vengo mucho tiempo jugueteando. Y si hablo aquí de él es porque, en fin, ese sí puede considerarse muerto ya.
Por su propia esencia siempre supe que esto podría llegar a pasar, y es la continuación de Pocos Árboles Descansan. Existe. Está terminado, donde “terminado” quiere decir “compilado”. Pero no quiero ponerme las cosas tan sencillas como simplemente llamar a mi editor y decirle:
–Oye, a ver qué te parece esto
Y mi editor puede que contestara
–Pues que me gusta, pero que está la cosa muy malita
Y entonces yo tendría dos opciones, ninguna tan buena como la de ser publicado, laureado, manteado en sábanas de billetes y felado por las más bellas amantes de las letras, todo a la vez. Menudo caos. No. Podría optar por la publicación en papel de algo que no quiero que sea publicado en papel porque, o seas, eso es taaaaaaaaan de 2003; o podría optar por la autofelación que supone la autopublicación. En cualquier caso, sería traicionarme a mí mismo.
Selbstvertraut porque sería traicionar a la propia génesis del proyecto, una puñalada en todo el núcleo del zigoto. Vaporware, se llama el proyecto, pero si se publica, ya no será Vaporware, sólo se llamará Vaporware. Hoy por hoy, sin embargo, el proyecto está acabado precisamente por no estar acabado; está cristalizado en la no-existencia, su Dasein es precisamente nicht-zu-sein.
Pero vayamos por partes. Qué es el Vaporware.
Tirando por una definición simple, el Vaporware es cualquier proyecto, servicio o producto que se anuncia pero que nunca pasa de las fases de (pre-)producción, es decir, que nunca llega al público, pero tampoco llega a cancelarse del todo. Sencillamente se evapora.
Como Harrison Ford en La Isla de los Mosquitos, os enseño las manos mojadas en mitad de la jungla pero os juro que traía hielo.
Porque este es un poemario con el cual quiero aprender algo más allá de lecciones sobre la vida reducibles a una frase de Mr. Wonderful que alguien pueda ponerse de estado del whatsapp. Quiero aprender algo útil de verdad, y en ello estoy. Os juro que el proceso de compilación de este libro es un proceso de compilación de verdad, de cientos, quizá miles de líneas que le den órdenes muy concretas a los versos y a las ilustraciones. Porque esa es otra, lo voy a ilustrar yo mismo. No os preocupéis, no va a haber chicas semidesnudas pintadas en acuarela deshaciéndose en plumas, ni tipografía de pincel. Algún día miraremos las portadas de los poemarios de los últimos cinco años con el mismo asco que miramos los diamantes enzarcillados de los futbolistas, el pelo planchado o las camisas arrugadas de 2006. Aún queda mucho para que ese bumerán dé la vuelta.
Aunque haya habido dos años de silencio, no ha habido dos años de silencio, sólo dos años de sequía de agua negra en planta blanca, ambas de mentira. Estoy pensando en que la única opción que tengo es meter este mensaje en la botellita del instagram para ver si la pesca alguien. Qué pereza. El flujo constante del ouroboro. Mira en instagram lo que han publicado en twitter que han puesto en tiktok que han visto en facebook que han visto en instagram. Todo referido siempre a sí mismo, para que cuando acabes sólo puedas volver a empezar.
Supongo que será la edad, que no escondo. No creo que nadie diga nunca que soy un hijo de mi tiempo. ¿Qué coño significa eso, hoy en día? ¿Que escribo muy enfadado en redes sociales? ¿Que utilizo internet como medio de socialización casi exclusivamente? ¿Que mi personalidad es fácilmente etiquetable en A, B, C, o N afiliaciones socio-sexo-geo-políticas?
The eternal process of becoming se ha convertido en you are, have been and always will be X. La cultura de la cancelación se está haciendo fuerte; la Damnatio Memoriae está volviendo con la fuerza que nunca llegó a tener. Parece ser que no hay opción intermedia, si no eres A, eres C, no hay nada en medio, como en Nollop cuando empiezan a caer letras del pangrama y se prohíbe cualquier uso o mención a ellas (Ella Minnow Pea, una de mis lectura de este verano). De ahí que considere que Vaporware es perfecto tal y como está ahora mismo, porque no ES pero tampoco NO ES, sino que está en un purgatorio procesal muy curioso.
Como obra de arte, ahora mismo tiene una compleción que, irónicamente (y es lo que me pone la vena poética como el cerrojo de un penal) jamás tendría si estuviera completo. Y es en ese limbo donde ese libro puede ser. Como diría Campanilla en Hook, “¿sabes ese lugar entre el sueño y la vigilia? Ahí te estaré esperando”.